UNA LECTURA SOBRE STEPHEN GREENBLATT

|(pag. 251)|Stephen Greenblatt*

Con gran regularidad, Greenblatt se acerca a un texto o a un autor del siguiente modo: comienza un capítulo con una breve narración, una anécdota que parece estar muy alejada del texto o del autor del texto al que se refiere el capítulo. Elige Greenblatt los hechos y los sucesos, en la mayoría de los casos, de tal manera que resulta imposible establecer un nexo causal o fuertemente funcional entre la anécdota y el objeto propiamente abordado. Así, p. ej., abre el capítulo sobre Marlowe en Renaissance Self-Fashioning (1980) con la alusión a una expedición del Earl of Cumberland al Pacífico que comenzó el 26 de junio de 1586 (Stephen Greenblatt, Renaissance Self-Fashioning. From More to Shakespeare, Chicago/Londres, 1980). Cita un largo trozo de un reporte de viaje de la época que, entre otros, informa sobre una llegada a la costa occidental africana. La conexión |(pág. 252)|entre este acontecimiento así como su narración por el comerciante John Sarracol y el drama de Marlowe Tamburlaine the Great, representado por primera vez en el año de 1587, está para Greenblatt en la percepción de lo ajeno –de países y seres humanos extraños, sobre todo en la aplicación de la violencia en el encuentro entre los europeos y la población originaria. La anécdota que, tomada en sí, carece de importancia, abre, por así decirlo, una ventana sobre la situación histórica del Renacimiento. Greenblatt no supone una relación causal ni funcional o ideal; sin embargo, alude a un campo de fuerzas (estructurado), en el que se ubica la obra de Marlowe. Ahí pertenecen no sólo el drama del Renacimiento, sino también textos documentales de los más diversos tipos, reportes de viajes, como en el ejemplo citado, protocolos de interrogatorios, sermones, tratados, etc.

Tal como lo explica Greenblatt en su segundo libro (Stepehn Greenblatt, Shakespearean Negotiations. The Circulation of Social Energy in Renaissance England, Berkeley/Los Angeles, 1988), le interesan sobre todo los límites de los textos, es decir, las transiciones entre obras de arte, como los textos tradicionalmente privilegiados, y otros documentos culturales. Este interés se relaciona, entre otros, desde luego, con que Greenblatt se ocupa sobre todo de la época moderna temprana que aún no conoce el concepto de literatura y arte (autonomía) que nos es familiar. A la vez es precisamente esta sensibilidad para las circunstancias históricas particulares la que hace a Greenblatt desconfiar al mismo tiempo de conceptos consagrados de la teoría literaria moderna, entre otros de los conceptos de la obra de arte autónoma y del artista creador. Por esta razón, rodea Greenbatt al texto literario, así como a su autor, de documentos y hechos que entrelaza para una descripción del campo histórico que recuerda mucho el trabajo de los etnógrafos. Me parece importante aquí la intención de no prejuiciar a la historia con sistematizaciones y jerarquizaciones. Se puede preguntar, desde luego, si esto es posible: ¿Existe una descripción que no esté ya guiada por la teoría de la historia?

Ahora bien, Greenblatt no tiene empacho en hacer la salvedad de que sus descripciones no pretenden ser neutrales u objetivas, que más bien reflejan su manera personal de cuestionar, sobre la cual informa sobre todo en su nueva investigación sobre Shakespeare.

Expresamente le da vida a la idea de un diálogo con los muertos en el cual no sólo el objeto, sino también el cuestionador están situados históricamente. Es cierto que estos principios de una hermenéutica no se desarrollan más, pues Greenblatt está menos interesado en el efecto que en la génesis de la literatura, |(pag. 253)|en particular en el momento de la representación que nombra “representation”. Sería a la vez erróneo traducir esta expresión como “reflejo”, ya que Greenblatt quiere precisamente defenderse de la tradicional teoría del “reflejo”. En el concepto de representación no se destaca tanto el momento de lo derivado, reflejado, como el de la transformación, traducción, variación. “Representación” en textos literarios significa referirse a algo más, pero también la producción de algo que entonces entra al tejido de la cultura como nueva hebra. El uso del concepto se dirige tanto contra una estética del reflejo como también contra una estética de la creación (romántica). Greenblatt caracteriza su proyecto en 1980 como “Poética Cultural”, una denominación que parece más acertada que el nombre de “neohistoricismo” que después se hizo usual, ya que no es tanto el interés en la historia lo que distingue su aproximación y la de su grupo, como la manera de leer la historia, a saber, como proceso cultural.

En parte, con ello ya contesté la tercera pregunta, puesto que, en las interrogantes de Greenblatt al objeto de estudio, se refleja simultáneamente su concepción. Por lo que se ve, no se analiza el texto literario en aislamiento o solamente en cuanto a su literariedad, sino, al revés, precisamente con respecto a su contacto con otros textos. Esto quiere decir que Greenblatt conscientemente historiza la exigencia del arte moderno de ser autónomo, es decir, cualitativamente incomparable con otras manifestaciones culturales. Se le trata como ideología institucional, sin que Greenblatt se ocupe mayormente de la génesis de esta ideología. Los textos literarios aparecen como parte de un proceso histórico, a saber, como el resultado de una producción colectiva (una clara puya antihumanística), en la cual nunca es posible ubicar los orígenes. But the quest [for the originary moment] is fruitless, for there is no originary moment, no pure act of untrammeled creation.(Greenblatt, Negotiations, p. 7) En otras palabras, los textos literarios surgen en el marco de instituciones sociales, políticas y religiosas por las que son delimitados, estimulados y conformados. Y esto a su vez significa: no son externos sino internos con respecto a los discursos del poder.

La manera en que Greenblatt marca a la literatura como parte de discursos diversos (sin emplear el concepto de discurso), contiene al mismo tiempo indicios con respecto a su concepción de la historia. No hay, si lo comprendo bien, ningún intento de desarrollar esta concepción hacia una teoría (Principios de una teoría de este tipo se encuentran en: Greenblatt “Towards a Poetics of Cuture” en The New Historicism (nota 3), p. 14.). Es cierto |(pág. 254)|que Greenblatt reconoce que la historia como proceso global constituye una totalidad; sin embargo, se opone a cualquier intento de descifrar y homogeneizar esta totalidad mediante un “master discourse” (Marx, Freud). El historiador se enfrenta a una multiplicidad de procesos, instituciones y acontecimientos que actúan unos junto con otros y en oposición a los otros. Resulta entonces que la historia para Greenblatt no es calculable, susceptible de ser construida, sino únicamente puede describirse como campo. Es adecuado, por lo tanto, el título de su libro más reciente –Shakespearean Negotiations: el campo de la historia como un entramado de relaciones en el que todo está en intercambio con todo.

En los trabajos de Greenblatt es omnipresente la influencia de Foucault, si bien es indirecta, mediada por la antropología de la cultura norteamericana reciente. Sobre todo los nombres de James Clifford y Clifford Geertz se pueden mencionar aquí. Por varias razones es notable la antropologización de la historia de la literatura en los Estados Unidos de Norteamérica; a través de ella se manifiesta por una parte el descontento con los modelos de explicación cerrados (marxismo, psicoanálisis, teoría de sistemas), en la medida en que necesariamente reducen lo históricamente singular, y por otra parte el deseo de introducir en mayor medida al sujeto escritor para el que no tenían lugar ni el formalismo ni el estructuralismo. A través de ello se articula al mismo tiempo, aunque no de manera consecuente, la sensación de que el acto de la representación contiene un impulso [momento, en el sentido de la física] político. Esto era lo que precisamente podían aprender los críticos literarios de los antropólogos que más y más se vieron obligados a comprender que sus modelos clásicos de descripción etnográfica, de manera totalmente independiente de las intenciones personales de los científicos, forman parte de las circunstancias políticas del momento. Es en este sentido como James Clifford habla autocríticamente de seis dimensiones en las que está determinada la etnografía: por el contexto, por el lenguaje y la retórica, que no son neutrales, por las instituciones de la propia disciplina y sus reglas, por la forma literaria (etnografía como un tipo de novela de viajes), por las condiciones políticas (participación en formas de poder) y, finalmente, históricamente, en la medida en que las condiciones antes mencionadas se transforman a través de la historia. Bajo las condiciones anotadas, concluye Clifford, la etnografía sólo puede producir “partial truths” (James Clifford, “Introduction: Partial Truths”, en: Writing Culture, James Clifford y James E. Marcus eds., Berkeley/Los Angeles, 1986, p. 7.), es decir, descripciones incompletas y limitadas por la perspectiva.

|(pág. 255)|La ironía de la situación está en que los antropólogos, a su vez, han superado el ideal de la ciencia objetiva con ayuda de la crítica literaria (hermenéutica literaria), mientras que los historiadores de la literatura adoptaron un concepto de cultura de la antropología cultural reciente en el cual la literatura tiene un valor distinto: es el tejido de lo social, es un acto simbólico junto con otros que, desde la perspectiva del antropólogo, no merece más o menos atención que otros actos culturales, eventualmente menos formalizados [Se ha convertido en el ejemplo más conocido el artículo de Clifford Geertz “Thick Description: Toward an Interpretative Theory of Culture” (en: Geertz, The Interpretation of Cultures, New York, 1973, pp. 2-32), en el que Geertz critica tanto las teorías de la cultura cognitivas como las idealistas y las behaviouristas.].

La antropologización de la historia de la literatura tal como se ha promovido por parte de Greenblatt y del grupo en torno a la revista Representation, contiene importantes momentos críticos para la renovación de la historia de la literatura. A mí me parece que es superior a la aproximación vía la historia social, porque es mucho más concreta en la captación del momento político y social que la historia social alemana de los años setenta, la cual, insoslayablemente, estaba bajo la influencia de la historia estructural (Escuela de Bielefeld). La aproximación microhistórica evita el problema tradicional de la mediación (texto/género-clase social-sociedad) y, con ello, apreciaciones reductivas que han metido en dificultades a la aproximación vía la historia social. El método de enlace abre un margen definitivamente mayor para las formas más radicales de la vida. El límite del procedimiento es el espacio mínimo de la lectura, la renuncia obligada a construcciones diacrónicas ampliadas. En este sentido, la Poética Cultural se encuentra frente a los mismos problemas de la hermenéutica más antigua: el encuentro entre el pasado y el presente, en tanto se refleja en algo metódicamente, se coloca en el sujeto que investiga y escribe –como diálogo interior.

El que los préstamos con los antropólogos no iban a suceder sin costo, lo mostró hace poco Edward Said (Edward Said, “Representing the Colonized” en Critical Inquiry 15, 1989, pp. 205-225). Con razón le reprocha a la antropología cultural que el redescubrimiento de la estructura dialógica de la lectura y de la escritura (haciendo referencia a Bajtín, Habermas y Rorty) se quedó a mitad de camino, en tanto no ha tomado en serio el ser diferente y la diferencia de relación entre Primer y Tercer Mundo ni en lo epistemológico ni en lo político. También ahí donde los antropólogos de la cultura se conciben como situados y determinados, siguen siendo parte de aquel mundo que perpetúa relacio|(pág. 256)|nes de poder y de reparto de los bienes desiguales. Lo mismo vale, aunque de manera menos visible, para los historiadores de la literatura.

El mérito de los trabajos de Greenblatt está, y no en última instancia, en haber anulado la oposición tradicional de literatura e historia. Se trata al texto literario como parte de la historia, así como, al revés, se concibe la historia como un campo en el que figuran simultáneamente una multiplicidad de textos, documentos y hechos.

* fragmento (pp. 251-256) de “Después de la crítica de la ideología: reflexiones acerca de la exposición de la historia” de Peter Uwe Hohendahl en Conjuntos.Teorías y enfoques literarios recientes, Alberto Vital ed., UNAM, México, 2001.

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